por Lolita Bosch
Me pregunta una amiga que nunca había visto un metro: «¿No os da miedo que alguien caiga a las vías? ¿O que lo empujen? Deberían poner unas vallas que solo se abrieran frente a las puertas del convoy cuando llega». «Ya estamos al tanto», le digo yo. Y ella me dice: «No, no, por algún chalado que quiera haceros daño». Y pienso en un viaje que hice a Londres. En las estaciones de metro había unos carteles con un ojo que decían: «Si ves algo sospechoso, no dudes de ti, duda de los demás y denuncia». Cuando pienso en eso tengo más miedo de pensar dónde iremos a parar que de lo que nos pueda ocurrir. Estar más o menos en riesgo es ley de vida. Extremar el miedo que debemos darnos los unos a los otros es una paranoia y una forma de dominación. Y más que sentirnos seguros bajo este modelo opresivo, deberíamos oponernos a él. Deberíamos resistirnos a la terrible propaganda que se hace de la protección y vivir como si los demás también fueran nosotros. No porque no pueda pasarnos algo malo, sino porque generar miedo es la peor forma de evitarlo.
Hacerlo es una forma de dividirnos por razas, clases sociales o creencias, que es injusta y totalitaria. No deberíamos caer en eso. Generar miedo es la primera estrategia de un Estado fascista para hacernos creer que necesitamos extrema vigilancia de las fuerzas del orden. Y eso puede avalar cualquier cosa. La historia y la realidad nos lo han demostrado a menudo. No es que no sean necesarias las fueras del orden, investigaciones o protección. Pero los demás no son tan distintos a mí como quieren hacerme creer. Sean quienes sean los demás. La serie Lost (Perdidos) es una buena crítica de esta paranoia. Cuenta la historia de un grupo de supervivientes de un accidente de avión que intentan sobrevivir en una isla en que creen que están solos hasta que descubren rastros humanos. Esos a quienes no conocen reciben el nombre de los otros y se convierten en sus enemigos. Eso les lleva a tener más miedo del que tenían.
Sin embargo, nosotros no vivimos en ninguna situación tan histérica ni tan desesperada. Es mentira, aunque quieran hacérnoslo creer. Tenemos que ser valientes para resistir. Esta sí es una forma sensata de defendernos.
[Fuente: www.elperiodico.com]
Me pregunta una amiga que nunca había visto un metro: «¿No os da miedo que alguien caiga a las vías? ¿O que lo empujen? Deberían poner unas vallas que solo se abrieran frente a las puertas del convoy cuando llega». «Ya estamos al tanto», le digo yo. Y ella me dice: «No, no, por algún chalado que quiera haceros daño». Y pienso en un viaje que hice a Londres. En las estaciones de metro había unos carteles con un ojo que decían: «Si ves algo sospechoso, no dudes de ti, duda de los demás y denuncia». Cuando pienso en eso tengo más miedo de pensar dónde iremos a parar que de lo que nos pueda ocurrir. Estar más o menos en riesgo es ley de vida. Extremar el miedo que debemos darnos los unos a los otros es una paranoia y una forma de dominación. Y más que sentirnos seguros bajo este modelo opresivo, deberíamos oponernos a él. Deberíamos resistirnos a la terrible propaganda que se hace de la protección y vivir como si los demás también fueran nosotros. No porque no pueda pasarnos algo malo, sino porque generar miedo es la peor forma de evitarlo.
Hacerlo es una forma de dividirnos por razas, clases sociales o creencias, que es injusta y totalitaria. No deberíamos caer en eso. Generar miedo es la primera estrategia de un Estado fascista para hacernos creer que necesitamos extrema vigilancia de las fuerzas del orden. Y eso puede avalar cualquier cosa. La historia y la realidad nos lo han demostrado a menudo. No es que no sean necesarias las fueras del orden, investigaciones o protección. Pero los demás no son tan distintos a mí como quieren hacerme creer. Sean quienes sean los demás. La serie Lost (Perdidos) es una buena crítica de esta paranoia. Cuenta la historia de un grupo de supervivientes de un accidente de avión que intentan sobrevivir en una isla en que creen que están solos hasta que descubren rastros humanos. Esos a quienes no conocen reciben el nombre de los otros y se convierten en sus enemigos. Eso les lleva a tener más miedo del que tenían.
Sin embargo, nosotros no vivimos en ninguna situación tan histérica ni tan desesperada. Es mentira, aunque quieran hacérnoslo creer. Tenemos que ser valientes para resistir. Esta sí es una forma sensata de defendernos.
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